sábado, 6 de febrero de 2016

CAROL Y EL RENACIDO


“Era la cara cuyo cansancio le había hecho imaginar todas las demás caras. Era la mujer a la que Therese había visto una tarde, hacia las seis y media, cuando los almacenes estaban casi vacíos, bajando pesadamente las escaleras de mármol desde el entresuelo, deslizando sus manos por la amplia balaustrada de mármol, intentando aliviar sus encallecidos pies de una parte del peso.” Es evidente que esta no es la descripción de Carol, la mujer que enamora a Therese y la hace sentirse viva. Esta es la descripción que hace Patricia Highsmith de la Señora Robichek con la que Therese entabla una extraña amistad casi en paralelo a descubrir a la fascinante Carol. ¿Por qué hablo de esta mujer? Porque en la excelente película de Todd Haynes ha desaparecido del todo. Y yo la echo en falta. La Señora Robichek es el contrapunto de Carol y la muestra de que Therese necesita encontrar no solo el amor, sino alguien en quien confiar. Claro que cuando se adapta una novela al cine, hay que renunciar a personajes y a historias que no sean esenciales. Lo entiendo y me parece lógico, pero en este caso, esta mujer cincuentona y envejecida era importante.  Eso no quita que Cate Blanchet sea una Carol sublime en su etérea belleza y en sus profundas miradas; ni que Rooney Mara sea una reencarnación de Audrey Hepburn en Una cara con ángel. Tampoco quita que Haynes, con la complicidad de Edward Lachman, el director de fotografía, consiga una atmósfera sedosa y tenue donde la Navidad es el triste fondo de una historia de amor complicada que acaba triunfando. Carol, la película, es absolutamente recomendable. Como lo es la novela juvenil de Patricia Highsmith. Si no la han leído, les sugiero ver primero la peli y leer después el libro. Disfrutarán mucho más de las dos cosas. La película por su belleza y su sensibilidad; el libro, porque leerlo con las imágenes de Blanchet y Mara en la cabeza es mucho mejor.


El renacido
La naturaleza es arrolladora. La naturaleza en su grandeza es algo que nos devuelve a un tiempo en que el mundo era joven, no contaminado, no alterado. Especialmente la naturaleza de las montañas nevadas, los ríos helados, los bosques llenos de peligros, donde la palabra desaparece bajo el sonido del silencio que produce el murmullo del agua, las hojas mecidas por el viento, la tormenta en el cielo, los animales. Ese silencio lleno de armonía es uno de los elementos fundamentales de El renacido. Como lo es la presencia de lo salvaje representado de varias formas. El oso, mejor dicho la osa, que defiende a sus crías de la amenaza que representa el hombre, el trampero Hugh Glass, en una de las secuencias más espectaculares del cine contemporáneo. El indio, mejor dicho los indios, considerados salvajes por esos hombres blancos que se creen superiores, incapaces de entender la conexión con el paisaje que tienen ellos de forma natural. El hombre, mejor dicho los hombres tanto los franceses con su violento dominio sobre la joven raptada, como el trampero Fitzgerald, un hombre sin moral, sin ética. Ética, esta es una palabra que me gusta aplicar a este impresionante film de González Iñárritu que puede provocar un cierto rechazo por su misticismo. La ética del hombre que renace, incluso físicamente cuando surge del vientre de un caballo muerto donde ha encontrado refugio y calor. Glass tiene un objetivo que le impulsa a sobrevivir a los más terribles accidentes, al frío, al miedo, a las heridas. Glass quiere vengarse por la muerte de su hijo Hawk, Pero sobre todo Glass quiere restituir el equilibrio que Fitzgerald ha roto. La osa cumple con su papel cuando le ataca; los indios se comportan de acuerdo a sus normas y reglas. Pero Fitzgerald no. Y Glass, es decir Leonardo DiCaprio, debe corregir esa anomalía para que la naturaleza siga su ritmo.
Se acusa a Iñárritu de grandilocuente, de místico de reader digest, pero yo creo que son esos momentos de ensoñación donde se pierde en una iglesia imposible en el oeste, recuerdo de una vida pasada en una Europa que quizás dejó no hace mucho tiempo el personaje del trampero, o cuando ve a su mujer flotando encima de él invitándole a elevarse, a dejar de luchar por la venganza o por la ética, los que demuestran que esta es una película del siglo XXI. En casi todas las críticas se compara este pre western con una película que adoro, Las aventuras de Jeremiah Johnson, donde también hay un hombre solo en medio de la montaña nevada, indios que viven en su entorno y un oso que tiene un papel importante. Pero la diferencia es que Jeremiah no está obligado a recuperar el equilibrio roto por la traición. Jeremiah busca curar su alma tras la decepción espantosa de la guerra civil americana y la encuentra en los parajes nevados y en la soledad. Jeremiah es una película del año 1972, como El hombre de una tierra salvaje, de Richard Sarafian, primera versión de la novela que da pie a El renacido. Tanto una como otra, son films que surgen en plena guerra de Vietnam, en pleno auge del movimiento hippie, en un momento en que la sociedad busca una salida a una realidad agobiante en la que ni la religión ni las ideologías son capaces de dar explicaciones. Por eso no son nada místicas, por eso no tienen nada de denuncia. El renacido, en cambio, necesita el asidero de una creencia, (ética y espiritual) que justifique la supervivencia de ese hombre herido.
Pero al margen de cualquier disquisición filosófica que todos ustedes se pueden ahorrar, lo mejor de todo es que este es un film extraordinariamente hermoso con una fotografía espectacular de Emmanuel Lubezki que te arrastra durante dos horas y media en una aventura como las de antes, las de mucho antes.


Anotación. Después de escribir este texto he visto en Facebook un video en el que se compara El renacido con el cine de Tarkowski. No solo no me parece una mala referencia sino que, al contrario de lo que se pretendía el video que era acusar a Iñárritu de “plagiar” al maestro ruso, comprobar que ha bebido en su cine para integrarlo en una aventura como esta me parece una lección de lo que debe ser la tradición: conocer los clásicos y utilizarlos en la creación de una obra nueva.

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