sábado, 30 de enero de 2016

EL PUNTO CIEGO


Salvador Llopart en su crítica de Spotlight en La Vanguardia señala muy lúcidamente uno de los temas fundamentales de esta excelente película: “Aunque más que de curas y periodistas, habla Spotlight de algo que corroe la verdad desde dentro: los puntos ciegos; ese camello en medio de la habitación que nadie ve, ni siquiera los veteranos periodistas.”
El punto ciego, eso que está ahí delante de nosotros y que no vemos porque estamos tan sumergidos en lo cotidiano, lo obvio, lo prejuzgado, que somos incapaces de descubrirlo. Tiene que venir alguien de fuera, en el caso de la película un nuevo director del The Boston Globe, para darse cuenta  de que no solo hay un punto ciego, sino un punto negro que corroe la sociedad bien pensante y autocomplaciente de la rica y muy católica Boston. Lo mejor de este film que viene a sumarse a una lista de muy buenos trabajos sobre el periodismo en el cine, es el tono y el ritmo con el que se enfrenta a una historia basada en hechos reales.
Los hechos los puede recordar cualquiera: a principios del siglo XXI, la iglesia católica se vio conmocionada por un escándalo de grandes dimensiones al descubrirse que encubría sistemáticamente casos de abusos sexuales a niños no solo en Boston, sino en todo el mundo. Con este tema (presente por cierto en otros títulos interesantes como El Club) se habría podido hacer una película de denuncia a la italiana o un panfleto a lo Ken Loach. Pero Thomas McCarthy decide enfrentarlo desde el más puro clasicismo de dejar a los personajes actuar y seguirlos sin condicionarlos, sin marcarles el camino.
Spotlight es una de esas películas que deberían ser de visión obligada en las clases de periodismo como ejemplo de lo que debe ser esta profesión. No solo por lo que tiene de reivindicación del periodismo de investigación, ese que dedica todo el tiempo que haga falta a buscar y cotejar las fuentes y que no publica nada hasta tener el tema bien contrastado y comprobado. Sobre todo porque pone sobre la mesa algo fundamental: hay que fijarse en lo importante, no en lo superfluo. Es necesario tener una mirada más amplia, de conjunto, levantar la vista de lo inmediato y superficial.
Hay una tendencia en el periodismo contemporáneo, condicionado por la inmediatez de las redes sociales y por la urgencia de la imagen sobre la palabra, que hace que la información sea parcial, cuando no mala y manipulada. Y sobre todo, y eso es lo peor, tendenciosa. Por poner un ejemplo de esta misma semana. La visita del presidente de Irán Hasan Rouhani a Roma y el ridículo de las estatuas tapadas, La lectura de este hecho se hizo en todas partes (al menos las que yo leí y las que yo vi) de una forma absolutamente sesgada y prejuzgada: “lo han exigido en Teherán por respeto a su religión; Italia se ha humillado por cuestiones económicas.” En lugar de valorar por encima de todo la importancia de esta visita de un presidente iraní a países europeos tras casi treinta años de aislamiento; en lugar de analizar lo que esto va a significar para la gente de Irán y el conjunto de las relaciones en Oriente Medio; en lugar de poner el acento en lo que tiene de positivo este acercamiento, se optó por fijarse únicamente en lo más superficial,  obvio y denigrante. Y además sin pararse a preguntarse por qué. Pocos días después  se ha sabido que la delegación iraní no tuvo nada que ver con esta estúpida decisión y que todo fue fruto del exceso de celo de una funcionaria que actuó precisamente bajo los prejuicios de los lugares comunes. Pero los periodistas se apuntaron a esa idea encantados de conocerse.
Intentar evitar los puntos ciegos, mirar el paisaje en su conjunto y con el horizonte un poco más lejos del twit o de la imagen inmediata, apostar por la investigación seria y el respeto a los lectores/espectadores, son las principales lecciones que se sacan de esta estupenda película. Además de disfrutar de unas excelentes interpretaciones y de ver cómo funciona un gran diario por dentro.
Una pequeña acotación. La historia sucede entre julio y diciembre del 2001. En medio de la investigación tuvieron lugar los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Es interesante, y una prueba de que la película no cae ni en el punto ciego ni en la imagen simplista, ver como pasa por encima de esta noticia, que conmociona, seguro, pero no condiciona la investigación del diario. Una lección.


sábado, 23 de enero de 2016

CUATRO ESTRENOS, CUATRO



Midiendo el mundo
Carl Friedrich Gauss y Alexander Von Humboldt son dos figuras fundamentales de la ciencia del siglo XIX. Los dos dieron una dimensión nueva al mundo con su deseo y obsesión por medirlo: uno desde la abstracción matemática; el otro desde la concreción geográfica. La mente y el cuerpo se embarcaron en una doble aventura en paralelo. Gauss nunca salió de su pequeño pueblo natal; Humboldt acabó dando la vuelta al mundo. Sus vidas se cruzaron dos veces, siendo ambos niños en el condado de  Brunswick y siendo los dos viejos en un congreso en Berlín. Un principio y un final.
La aventura del conocimiento de estos hombres se podía contar de muchas maneras.
Si hubiera sido Bruce Chatwin el encargado de escribirla, las imágenes las tendría que haber puesto Werner Herzog y el resultado sería un film seco, duro, sin concesiones, seguramente trascendente.
Si en cambio hubiera sido el escritor Karl May el que se enfrentara a ellos, la película la tendría que haber dirigido Hans Jurgen Syberberg y el film habría sido elegante, exquisito, seguramente fascinante.
Como la novela en que está basada la película la ha escrito un autor de betsellers, Daniel Kehlmann y la ha dirigido un artesano del cine alemán muy poco conocido fuera de su país, el resultado no es ni trascendente ni fascinante. Pero es algo más, igual de importante. Midiendo el mundo es un film vital, sencillo en su narración, inocente incluso, con unas imágenes preciosas y cuidadas que se inspiran en la pintura de la época y en los hermosos dibujos de Humboldt.
Al margen de quien pusiera la mirada en estos dos científicos, lo que quedaría en cualquier interpretación que se hiciera de ellos es la potente idea de que el conocimiento no tiene límites y que la aventura de su descubrimiento puede ser igual de  apasionante encerrado en una habitación, o perdido en un río desconocido.
Esa es la gracia de este film amable, entretenido, hermoso, que no quiere ser grandilocuente y que no necesita de un director/estrella para ser muy atractivo.



La juventud
La palabra que me viene a la cabeza al pensar en La juventud, es decepción. Es la palabra que mejor define la sensación ante el nuevo experimento de Paolo Sorrentino. Decepción porque frente al deslumbrante torrente de vida, de belleza, de ideas, de música, que era La gran belleza, La Juventud aparece como un pálido reflejo de algo que pudo ser. Hay una cuestión fundamental. Roma y Jep Gambardella no eran solo la dolce vita de Sorrentino, eran una reflexión que nacía de sí mismo. En cambio el balneario suizo donde viven su decadencia el compositor Ballinger y el director de cine, Mick, no responde a su propia experiencia. Son  producto de una escritura artificial, impostada. Una escritura lastrada por la debilidad que produce imágenes vacías y superficiales. Sorrentino parece haberse creído que es el nuevo Fellini y después de la Dolce vita ha querido hacer su Ocho y medio. Pero no es lo mismo. Y por eso La juventud decepciona. Al menos a  mí.



Mia Madre.
Moretti me cae mal. Me cae mal él y su cine. Con algunas excepciones, desde luego. Caro diario, por ejemplo, me sigue gustando mucho. Por eso me he alegrado al salir de ver Mia madre reconciliada con él. Moretti sigue contando su vida de una manera muy poco pudorosa. Pero esta vez lo hace por figura interpuesta, la de la directora de cine que interpreta magníficamente Margherita Buy, lo cual le permite ser menos indulgente consigo mismo de lo que es habitual. Moretti se coloca fuera, en un papel marginal, el de hermano de la protagonista y desde ahí puede mirarla, juzgarla, perdonarla y sobre todo suplir sus carencias. Además, este no estar en primer plano, le permite introducir cierto sentido del humor (el personaje de Turturro está ahí para eso) en una historia cargada de melodrama y de culpa. Y también le permite otra cosa importante y que para mi hace de este film de Moretti uno de los mejores de su filmografía: no caer en el sentimentalismo autoindulgente. Bravo por él.



La gran apuesta.
A ver como lo explico. Esta película me ha gustado mucho. Pero no es fácil recomendarla. En primer lugar por su lenguaje. Por muy familiarizados que estemos con los términos económicos que nos han llevado a padecer esta larguísima crisis, la rapidez de los diálogos y la complejidad de algunas operaciones hacen difícil seguir el ritmo desenfrenado de la historia. En segundo lugar por lo que cuenta. Hecha la abstracción del lenguaje, lo que te cuenta la gran apuesta es muy sencillo. Hubo unos cuantos agentes financieros (por llamarlos de alguna manera) que vieron venir lo que iba a pasar con la burbuja inmobiliaria y las hipotecas basura. ¿Qué hicieron? Algunos intentaron avisar de lo que iba a suceder, pero otros decidieron aprovecharse de la situación apostando contra los bancos, sin pensar que los bancos nunca pierden y que su falta de escrúpulos iba a conducir a la sociedad a una crisis sin precedentes. Una crisis que ha cambiado las reglas del juego. Esta es una forma rápida de explicar la historia de este film apabullante. Apabullante por la cantidad de información que da; apabullante por el ritmo desenfrenado de sus diálogos y sus situaciones; apabullante por lo que su historia nos devela. Una gran apuesta que en realidad fue una gran estafa que se llevó por delante una forma de vida. Una película de terror.


sábado, 16 de enero de 2016

TARANTINO


(un cartel de Los odiosos ocho que me gusta mas que el que han utilizado)
En una entrevista publicada el viernes 15 de enero, Quentin Tarantino recuerda las series del oeste que veía de pequeño en la televisión. Me ha hecho gracia la referencia justo esta semana en la que, por razones completamente ajenas a Tarantino, he revisado con un gran placer capítulos de Bonanza y de El Virginiano en sus originales doblajes mexicanos con los que yo los veía cuando vivía en México. Estas dos series más La ley del revólver y Wanted, con un jovencísimo Steve McQueen, eran las series del oeste más famosas de los años cincuenta y sesenta. Años en los que John Ford y Howard Hawks seguían dirigiendo obras maestras del western y en los que directores más jóvenes, como Sam Peckinpah o Robert Aldrich, comenzaban a reformular el género
Tarantino nunca ha escondido su pasión cinéfila alimentada por todo tipo de productos, desde los grandes clásicos a los videos mas deleznables del cine de terror, western, bélico, Kung-Fu o thriller. Tarantino es un chupóptero que engorda con toda la sangre que puede pillar. Y luego la devuelve. A veces mejor y a veces peor.  En el caso de Los odiosos ocho, yo diría que a medias. Hay en esta desmesurada película una parte que me parece interesante, incluso brillante. Y otra parte que, sinceramente, me sobra. Si todo durara una hora menos, a lo mejor no me sobraba. Pero cuando llegamos al climax de violencia y sangre, de resolución de los misterios y las identidades, de explosión de los conflictos y desaparición de los ocho magníficos idiotas, el público, es decir, yo, estoy tan cansada de su verborrea, de sus equívocos, de su mensaje, que he desconectado del todo y solo quiero que se acabe. Reservoir dogs fue una sorpresa que duraba 99 minutos, pasaba en un único escenario, pero respiraba hacia fuera en la reconstrucción del tortuoso y estúpido camino que conduce a esa banda de ladrones a la catástrofe. Pulp Fiction, ya empezaba a dar muestras de una cierta desmesura con sus 154 minutos. Pero aun no estábamos saturados de sus brillantes diálogos y además, la doble pareja Thurman/Travolta y Travolta /Jackson, funcionaban como un reloj. A partir de ahí, el exceso y la violencia fueron aumentando. Y a mí me fueron cansando cada vez más. De tarantiniana convencida, fui pasando a tarantiniana aburrida. Y lo sentí. Con Django desencadenado, el aburrimiento se convirtió en enfado. Por eso esperaba estos ocho malvados para ver si me reconciliaba. Y el arranque y la llegada a la cabaña; el juego que se establece entre unos y otros, con un humor que echaba en falta en Django, me hicieron pensar que si, que volvía a ser tarantiniana. Hasta que me cansé.  Una de las cosas más difíciles del mundo es saber reconocer donde hay que terminar lo que estás haciendo, un libro, un cuadro, una película, un artículo. Si no sabes verlo y continuas, te arriesgas a destruir un trabajo bien hecho. A Tarantino le pasa muchas veces. Y como yo no quiero que me pase a mí, acabo este texto en este mismo punto.

No soy muy dada a poner enlaces en este blog. Pero estos me gustan mucho
Son las sintonías de
El Virginiano
y de
Bonanza

Disfrútenlas¡¡¡¡

Nota. En el blog de textos he añadido una entrevista que le hice a Tarantino en el año 1992 cuando se estrenó Reservoir Dogs. Dice cosas que se pueden aplicar a Los odiosos ocho casi literalmente.



viernes, 8 de enero de 2016

EISENSTEIN Y OTRAS COSAS



(es difícil buscar una imagen para esta entrada, así que he pensado que un cuadrado de colores de Ramon era una buena opción)

Esta semana es un poco tonta. No hay ningún estreno auténticamente destacable. Lo que no quiere decir que no haya cosas que se puedan señalar como interesantes. O curiosas.

Por ejemplo, hay dos películas de las que se estrenan hoy viernes que están contadas por un muerto. No diré cuáles. La verdad es que da un poco igual, pero no me gusta hacer spoilers incluso con historias que no son demasiado relevantes. Lo interesante es la coincidencia en el recurso de la narración en off de un personaje que muere  y sin embargo, sigue contando la historia como si estuviera presente. Mientras el relato se cuenta en un pasado en plural, el del narrador y el del protagonista, todo se mueve en la normalidad. Pero cuando el narrador muere, el seguir oyéndole como nos va desgranando la historia que se adentra en un futuro que ese personaje nunca vivió, provoca una extraña sensación. 
Recuerdo películas magníficas contadas por un muerto, la mejor de todas, paradigma de esta forma de relato, es Sunset Boulevard, de Billy Wilder, en la que el muerto en la piscina nos cuenta cómo llegó a ese lamentable estado. Pero el film es un flashback que acaba con la memorable secuencia de la escalera, la única que el muerto no pudo ver y sin embargo nos cuenta. El caso de las dos películas de esta semana es diferente. No son flashbacks estrictos; son narraciones cronológicas que empiezan en el pasado, llegan al presente (del muerto) y siguen adelante con el futuro de los protagonistas. Es una fórmula que en literatura no sorprende, pero en el cine, tan ansioso de eso que se llama verosimilitud, crean una cierta incomodidad. Lástima que ninguna de las dos películas en las que se utiliza el recurso sean gran cosa.

Otra cosa curiosa en una película, de esta si diré el horripilante título castellano, No es mi tipo, que traduce el más ambiguo francés, Pas son genre, que sin ser un film para recordad, se deja ver con agrado. Pero si la destaco es por algo que no me canso de reconocer y de admirar en nuestro país vecino: su cultura. La historia es la del amor casi imposible entre un estirado profesor de filosofía y una desinhibida peluquera. Sucede en una pequeña ciudad de provincias, Arras. No tendría nada de curioso si no fuera por la doble educación sentimental que se produce entre ellos. Y pongo el acento en educación: él le regala libros de Dostoiewski y le explica quien es Kant; ella le descubre a Jennifer Aniston y el placer de cantar. Pero esto no pasaría de ahí si no fuera, porque ella, efectivamente lee a Dostoiewski y comprende a Kant. Esto solo se entiende en un país donde la literatura, la cultura, el pensamiento, se enseñan en las escuelas y se aprenden desde pequeños. Aunque luego seas una peluquera y te dediques al karaoke. ¿Se imaginan una situación parecida en cualquier pequeña ciudad de provincias de nuestro país (el grande y el pequeño)? No verdad.




(montaje de cuatro imágenes del material rodado en México por Eisenstein)
Una tercera curiosidad que ha sido una decepción. La idea de que Peter Greenaway contara la historia de la aventura mexicana de Eisenstein en los años 30, cuando estuvo en Guanajuato  mientras preparaba ¡Qué viva México! me apetecía mucho. Pero  el resultado me ha irritado tanto como aburrido. Primero porque el estilo de Greenaway, tan manierista, tan petulante, ya no produce ningún estímulo. Segundo porque poner el acento en el descubrimiento de la homosexualidad de Eisenstein, olvidando todo lo demás, me parece muy reduccionista. Tercero, porque nos presenta a un Eisenstein que parece un retrasado mental, cosa que no creo que fuera. Una oportunidad perdida de contar una parte de la historia del cine muy desconocida y que, a priori, es apasionante. 
Aun recuerdo las horas, varias porque duraba muchas, que pasé en la Filmoteca de la calle Mercaders en noviembre de 1972, viendo el montaje de las tomas del film que nunca llegó a existir. Era una experiencia conceptual y magnífica, una borrachera de imágenes que te hipnotizaba en su belleza. 
Solo para compensar la visión estúpida que da Greenaway de esa vivencia voy a copiar aquí unos fragmentos de un texto de Marie Seton, montadora del material que se rodó en México, titulado Histoire du film inachevé d’Eisenstein, publicado en la Revue du Ciném,nº 18, octubre de 1948.

Si se quiere comprender a Eisenstein y juzgar su película correctamente, es necesario precisar algunos puntos importantes.
Primero: En México, su concepción de la existencia evolucionó hacia una mayor  comprensión de la gente común y hacia un mayor afecto por ella; el amor que había considerado sólo como un pretexto para la diversión o la sátira, se transformó para él en algo ideal o bello, salvo entre seres brutales o corrompidos…
Segundo: Eisenstein, enemigo de la ortodoxia religiosa y que denunciaba a los “mercaderes de Dios”  y a los “explotadores de supersticiones”, descubrió en la piedad de los indios y en sus ceremonias religiosas, una manifestación humana  que lo conmovió profundamente y que trató en algunos pasajes de su film con un emocionado respeto y un fervor casi místico…
Tercero: La posición de Eisenstein frente al arte y a la vida había sido siempre la de un intelectual y la de un científico; salió de su aventura mexicana considerando la vida de un modo más sensible y casi religioso, sin cesar siempre de seguir fiel a la doctrina del materialismo dialéctico…
Cuarto: Su concepción de la estructura y de la realización de un film cambió radicalmente. Antes estimaba que la dinámica de una película residía en el montaje o, más precisamente, en el “montaje de atracciones”, verdadero contrapunto de imágenes y no daba importancia especial al contenido mismo de cada toma. Al realizar ¡Qué viva México!, la composición interna y formal de cada escena y cada toma, adquirió en su espíritu una importancia igual a la del montaje…
… Los indios de México recibieron, como uno de los suyos, a este hombre asombroso, que había conocido miles de hombres en muchos países, pero a quien muy pocos habían realmente conocido. Para los indios no era ni un genio y ni siquiera un gran artista; la mayoría ignoraba hasta su nombre; era simplemente un extranjero que tomaba fotografías y cuyos sentimientos eran similares a los suyos, que los comprendía sin hablar español, del cual no sabía sino juramentos y algunas frases pintorescas...


Nada de esto está en la película de Greenaway que reduce todo a una salida del armario vergonzante y francamente ridícula.

viernes, 1 de enero de 2016

LA ACADEMIA DE LAS MUSAS


(seguro que esta "musa" le gusta a Guerín y al profesor)

El día que vi La academia de las musas, salí impresionada. “¿Entusiasmada?” me preguntó una amiga. También, pero sobre todo impresionada. Impresionada de la sensibilidad y la belleza del film de Guerín, impresionada del poder que otorga a la palabra, ese elemento casi siempre mal utilizado en el cine. Banalmente utilizado. Aquí no, aquí, la palabra se erige en ritmo, en lenguaje, en guía. La palabra en sus múltiples lenguas: castellano, catalán, italiano, sardo. La palabra con referente de imagen: amor. El amor es el elemento común dominador de este poema que no deja de ser una comedia romántica. Todo empieza de una manera casual: una clase de universidad donde un profesor, Raffaele Pinto, habla del poder de las musas en la creación, en especial en la  creación de la Divina Comedia. La cámara le observa, le mira y sobre todo, mira a los que le escuchan, sus alumnos, mejor dicho sus alumnas. Poco a poco la cámara se va fijando en los rostros de esas mujeres que escuchan. Las convierte en iconos, las interpela en su silencio. Hasta que empiezan a hablar. Es entonces cuando la película empieza a girar. Ya no es un documental sobre un profesor, empieza a ser una mirada sobre las musas. Y de pronto, un giro definitivo. Entra en escena un nuevo personaje, un nuevo espacio. No es fortuito que toda la conversación entre el profesor y Rosa, su mujer, se mantenga en un plano fijo vistas las dos figuras a través de un cristal donde se refleja la naturaleza, un árbol, el cielo.  Mientras la palabra era objeto de poesía, la imagen era la tangible de los rostros de las alumnas; cuando la palabra se convierte en objeto de vida, la imagen se retira para darle todo el protagonismo. Pero aun girará más este precioso documento. Girará hacia otros idiomas, primero el italiano, luego el sardo, más un sonido que una lengua; girará hacia otros paisajes, el de la isla de Cerdeña y sus pastores, el del lago Averno y la boca del infierno; hacia otro sentimiento, el pastoral, el amor infinito, el romántico. En este momento, La academia de las musas nos ha arrastrado ya hacia un punto muy alejado de su origen. Y aun nos queda lo mejor, cerrar el círculo con una conversación definitiva entre dos mujeres, Mireia y Rosa. Una conversación filmada en transparencia y desde muy cerca, casi perdiendo el referente.
La academia de las musas es inclasificable. No es un documental, no es una ficción, no es un documental de creación. Es un “trabajo” realizado con la palabra y la imagen. Un “trabajo” ligero, realizado en total libertad, que habla del poder del amor y la inspiración; del deseo como motor. Un regalo.



2
Cambio de tercio completamente para recomendar la lectura de una novela escrita el año 1993 que habla de Barcelona entre el 4 de octubre de 1934 y el 19 de julio de 1936. Una novela que parece el relato de nuestro presente, de lo que está pasando ahora mismo. De una lucidez y una claridad total. Se trata de La Rambla fa baixada, de Néstor Luján.  Lectura recomendada especialmente para los que, por razones muy comprensibles de edad, piensan que todo pasa por primera vez. Desgraciadamente no. Todo se repite y a veces, peor.

3
Una frase de Tolstoi que me parece muy adecuada en estas fechas, no por ser fin de año, sino por hablar de familia y patria. De familias y patrias estamos más que hartos en nuestro país. “La familia y la patria no son más que dos círculos englobados  en el círculo más amplio que es la humanidad. Quienes limitan los deberes únicamente a la familia y la patria enseñan un egoísmo peligroso para todos nosotros.” Creo que no hay que explicar a qué familia aplico esta frase.