sábado, 19 de diciembre de 2015

VOTOS Y VOTACIONES


(este cuadro de Ramon parece una urna dispuesta a llenarse de los votos de todos)
Escribo esto el sábado 19. Mañana votamos en las elecciones generales. Y votamos todos. Hombres y mujeres mayores de 18 años. Esto, tan normal que nadie se para a pensar en ello, hace cien años era imposible. Hace cien años, las mujeres no tenían derecho  a votar. En realidad no tenían derecho a casi nada. A existir en función de un hombre: padre, marido, hermano. Sufragistas, la película de Sarah Gavron que se estrena muy oportunamente esta semana, nos recuerda que conseguir poder  votar mañana fue un camino lleno de dificultades, de peligros, de renuncias, de luchas, que llevaron a las mujeres a arriesgar su vida, su trabajo y su familia para conseguir tener una voz propia en el mundo. La lucha fue larga y las cimas se fueron conquistando poco a poco: en Estados Unidos, en 1920, en Gran Bretaña en 1928, en España en 1933, en Francia en 1944. Hace nada, históricamente hablando. Nada  si además lo comparamos con la cantidad de países del mundo en los que las mujeres siguen siendo privadas de este derecho  y de muchos más. Y no solo en las medievales sociedades islamizadas, dominadas por una lectura religiosa obsoleta y reaccionaria. También en lugares donde aparentemente la igualdad está conseguida, como China o la India, queda mucho por combatir, queda mucho por alcanzar.
De esta película y sobre todo de la lucha de las sufragistas que hace cien años salieron a la calle, sacó algunas conclusiones muy contemporáneas.
Una. La lucha es colectiva, solidaria e internacional. No se habría conseguido nada si las mujeres inglesas solo se hubieran preocupado por las mujeres inglesas sin importarles lo que las españolas, o las italianas podían necesitar. Las luchas son solidarias por abajo al margen del lugar donde uno nace y el idioma en el que grita su reivindicación. Esta es una primera lección que todo el que se considere de izquierdas debería tener claro. La solidaridad y la internacionalización son dos conceptos indisolubles de la lucha por los derechos. Si solo me planteo “salvar” a los míos sin importarme lo que les pase a los “otros”, mi posicionamiento de izquierda no será demasiado creíble. Los nacionalismos son insolidarios por naturaleza. Las mujeres lo entendieron y lucharon juntas; catalanas, andaluzas, madrileñas en 1931. Todas ahora mismo.
Dos. La lucha de las mujeres no era solo por el voto, era también por la igualdad. Igualdad de oportunidades, igualdad de responsabilidades, igualdad de salarios. En este terreno queda mucho aun por conseguir. Pero de lo que estoy segura es que con la idea de los cupos y las paridades no se contribuye a esa igualdad. Las mujeres y los hombres tienen que acceder a los  puestos de responsabilidad por lo que valen, no por su sexo. Hace unos días Pilar Rahola, persona con la que no suelo estar de acuerdo en casi nada, dijo una cosa que aplaudo: “quiero que me valoren por mis neuronas, no por mis hormonas”. La paridad es una condescendencia. ¿Por qué paridad, por qué no una consejo de administración o un gobierno con mayoría de mujeres? La paridad sigue siendo un reconocimiento del tutelaje masculino.
Sufragistas, la película, evoca esta lucha y lo hace sin victimismo, pero tampoco con un afán de venganza. Lo hace con inteligencia, con humor incluso. Y sobre todo con respeto. El respeto que se merece todo aquel que lucha porque la sociedad sea más justa. Toda la sociedad, no solo una parte.

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De Stars Wars 7 hablaré la semana que viene si he conseguido una entrada para verla¡¡¡


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