viernes, 25 de diciembre de 2015

ULTIMA ENTRADA DEL AÑO 2015




Cuatro preciosas postales que Ramon ha hecho a lo largo del 2015 para La Casa Grande, el hotel que Elena Posa tiene en Arcos de la Frontera. Con ellas deseo que el 2016 sea feliz para todos, pero además que sea interesante, estimulante y diferente.

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STAR WARS
Ha llegado el momento de escribir de Star Wars. Y no solo de la nueva entrega, el capítulo 7. Vaya por delante que soy de las que defienden  y disfrutan con esta saga que ha conseguido a lo largo de casi cuarenta años reunir entorno a una MITOLOGIA, a dos o tres generaciones.  Algo debe tener para sostenerse en el tiempo y crear además una identificación en cada una de las nuevas generaciones que la descubren. No me voy a poner exquisita ni filosófica. Tampoco quiero rebatir a todos los que, con sus propias razones, les parece esta historia una tomadura de pelo. Y mucho menos me voy a alinear con esa ingente masa de fanáticos que la siguen sin cuestionarla. Todos están en su derecho de  comportarse como quieran respecto a ella.
Así que simplemente voy a contar porque me gusta esta saga galáctica.
En primer lugar y tras discutirlo con varios amigos y de acuerdo con ellos, hemos decidido que el orden correcto de visionado es el siguiente: Episodio  IV. Una nueva esperanza (1977), Episodio V. El Imperio contraataca (1980), Episodio I.  La amenaza fantasma (1999), Episodio II. El ataque  de los clones (2002), Episodio III. La venganza de los Sith (2005), Episodio VI. El retorno del Jedi (1983), Episodio VII. El despertar de la fuerza (2015). No es un orden cronológico, es un orden Mitológico que nos permite entender las razones de los héroes, especialmente Luke y Leia, para actuar como lo hacen.
En segundo lugar quiero poner el acento en una de los elementos más interesantes de la Saga Galáctica: hablan de ahora mismo. Del ahora mismo en que fueron realizadas, claro, y del ahora mismo que  nos rodea en este momento. No creo que un historiador pueda entender bien que fueron los años 70, con la crisis de las ideologías, el final de los bloques, la necesidad de plantar  cara a los poderes establecidos en todos los segmentos de la sociedad, sin conocer la lucha de estos tres héroes outsiders que son Luke, Han Solo y la princesa Leia. Como tampoco se puede entender esos años de despilfarro y de decadencia moral en los que el mundo entero, como si fuera un Anakin Skywalker colectivo,  cayó en el lado oscuro de las fuerzas del mal. Esta tercera etapa que comienza ahora, tiene algo de esperanzador. No sé si  la sociedad será capaz de vencer a los malos. Pero en todo caso, lo vuelve a intentar.
En tercer lugar, hay una cosa que me gusta mucho. Tengo la impresión de que para mí, que tenía 27 años cuando se estrenó la primera entrega haber tenido tiempo de verla crecer y desarrollarse como  un ciclo artúrico contemporáneo, es un auténtico regalo. Porque esta saga habla también del tiempo: el tiempo transcurrido entre 1977 y ahora; el tiempo narrativo y el tiempo real. El tiempo es el gran elemento de la Guerra de las Galaxias. El tiempo del cine que ha evolucionado técnicamente; el tiempo de la historia que ha desarrollado la mitología de sus héroes extendiéndola a una saga familiar; el tiempo del público que se identifica en cada momento con uno u otro héroe.
Una de las principales pegas que se le han puesto a La guerra de las Galaxias es su “infantilización”. No lo tengo muy claro. Los cuentos para niños desde siempre han sido cuentos para niños. Y de lo que se trata es de que cada nueva generación, es decir los que ahora tienen entre diez y quince años, se sientan participes del MITO. Eso no quiere decir infantilizar, quiere decir hacerlo sencillo. Y muchas veces  lo sencillo no fue siempre fácil.
Y acabo. Solo una aclaración: yo disfruto por igual con El despertar de la fuerza de J.J. Abrahms  y  La Academia de las Musas de Guerín, con El puente de los espías de Spielberg y Paulina de Salvador Mitre, con Spectre de Sam Mendes y Una pastelería en Tokio, de N. Kawase. Es lo que tiene que me guste el cine. Todo el cine.

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ALICIAS
Kate no se llama Alice, pero podría. Kate lleva 45 años casada con Geoff. Juntos están preparando una fiesta con sus amigos para celebrarlo. Su vida transcurre en unos márgenes de cordialidad y seguridad. Pero todo se desmorona un lunes cuando el cartero trae una carta para Geoff. Esa carta introduce en la vida de Kate la duda. No vale que Geoff le cuente lo que le cuenta; no importa que para él el choque sea solo momentáneo y sea capaz de seguir adelante. Para Kate, es decir para Charlotte Rampling, esa duda resquebraja todo el edificio de su convivencia abriendo un abismo a sus pies.  Kate/Charlotte nos lo cuenta solo con su rostro, que pasa de la sonrisa feliz del lunes a la tristeza infinita del sábado, día de la fiesta. Pocas veces he visto reflejado en una pantalla ese profundo sentimiento que es la pérdida de confianza en una pareja. Y sin caer en el bergmanismo, cosa muy de agradecer.

También el mundo de Alice, la protagonista de la novela de Daniel Sánchez Arévalo La isla de Alice, se ve roto en mil pedazos cuando su marido, Chris, muere. No es su muerte, ya de por si dolorosa, lo que la hace perder la seguridad. Es descubrir que Chris tenía un secreto. Es una novela donde a veces cuesta empatizar con la protagonista y, en cambio en otros, la entiendes muy bien. Este vaivén entre la simpatía y la antipatía, hace que no la quieras dejar, al contrario, quieres seguir con ella, ver hasta dónde va a llegar. Descubrir el misterio de Chris es casi lo menos importante. Lo importante es ver cómo esta mujer va “construyendo” un mundo a su medida. Como si fuera un director de cine y los habitantes de la isla sus personajes. Y esto, ser capaz de amar y odiar a un personaje en cada página, es algo que solo un gran escritor puede conseguir.

La segunda Alice, es la de La odisea de Alice, de Lucie Borleteau. Alice es una mujer con las ideas muy claras. Ella no quiere ser un hombre, solo quiere ser una mujer en un mundo de hombres. En ese sentido, la película es profundamente hawksiana (de Howard Hawks). Alice es ingeniera de maquinas en un carguero que hace la travesía entre Marsella y el norte de África. Es una mujer que controla la situación, que marca las reglas, tanto en su trabajo como en sus relaciones sexuales y sentimentales. Pero en su vida, como en la de Kate y en la de la otra Alice, la literaria, se introduce una duda. La que siembra en su alma el diario de su antecesor en el cuarto de máquinas, un texto que la hará cuestionarse su propia vida.


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MACBETH
Algunas constataciones en torno a Macbeth.
-Cada generación hace una relectura de las obras clásicas de Shakespeare.
-El texto, siendo el mismo, parece distinto según quién lo pone en escena.
- Macbeth es una historia inmortal de la que hay paralelismos en la vida política de cualquier tiempo y lugar.
-De las muchas adaptaciones al cine que se han hecho de la obra, hay tres que son imprescindibles. La de Orson Welles en 1948, rodada en precarias condiciones y con una luz tenebrosa y sombría; la de Akira Kurosawa, Trono de sangre, realizada en 1957,  enraizando la historia inmortal del inglés con la tradición japonesa de las guerras entre clanes y samuráis; la de Roman Polanski en 1971, un intento de adaptar casi literalmente la pieza poniendo el acento en la duda y el miedo de Macbeth.
-La nueva versión de Justin Kurzel con Michael Fassbender y Marion Cotillard como la asesina pareja, es justamente la que corresponde a nuestro tiempo. Tiempo de sangre y espectáculo, tiempo de juego de tronos, tiempo de desmesuras y violencias llenas de belleza. Porque este Macbeth es hermoso en sus tonos rojos, porque este Macbeth es mas romántico que medieval. Porque este Macbeth es el que nos corresponde ahora mismo.  
(Un simple apunte. House of cards es también un Macbeth  acorde con nuestro mundo)







sábado, 19 de diciembre de 2015

VOTOS Y VOTACIONES


(este cuadro de Ramon parece una urna dispuesta a llenarse de los votos de todos)
Escribo esto el sábado 19. Mañana votamos en las elecciones generales. Y votamos todos. Hombres y mujeres mayores de 18 años. Esto, tan normal que nadie se para a pensar en ello, hace cien años era imposible. Hace cien años, las mujeres no tenían derecho  a votar. En realidad no tenían derecho a casi nada. A existir en función de un hombre: padre, marido, hermano. Sufragistas, la película de Sarah Gavron que se estrena muy oportunamente esta semana, nos recuerda que conseguir poder  votar mañana fue un camino lleno de dificultades, de peligros, de renuncias, de luchas, que llevaron a las mujeres a arriesgar su vida, su trabajo y su familia para conseguir tener una voz propia en el mundo. La lucha fue larga y las cimas se fueron conquistando poco a poco: en Estados Unidos, en 1920, en Gran Bretaña en 1928, en España en 1933, en Francia en 1944. Hace nada, históricamente hablando. Nada  si además lo comparamos con la cantidad de países del mundo en los que las mujeres siguen siendo privadas de este derecho  y de muchos más. Y no solo en las medievales sociedades islamizadas, dominadas por una lectura religiosa obsoleta y reaccionaria. También en lugares donde aparentemente la igualdad está conseguida, como China o la India, queda mucho por combatir, queda mucho por alcanzar.
De esta película y sobre todo de la lucha de las sufragistas que hace cien años salieron a la calle, sacó algunas conclusiones muy contemporáneas.
Una. La lucha es colectiva, solidaria e internacional. No se habría conseguido nada si las mujeres inglesas solo se hubieran preocupado por las mujeres inglesas sin importarles lo que las españolas, o las italianas podían necesitar. Las luchas son solidarias por abajo al margen del lugar donde uno nace y el idioma en el que grita su reivindicación. Esta es una primera lección que todo el que se considere de izquierdas debería tener claro. La solidaridad y la internacionalización son dos conceptos indisolubles de la lucha por los derechos. Si solo me planteo “salvar” a los míos sin importarme lo que les pase a los “otros”, mi posicionamiento de izquierda no será demasiado creíble. Los nacionalismos son insolidarios por naturaleza. Las mujeres lo entendieron y lucharon juntas; catalanas, andaluzas, madrileñas en 1931. Todas ahora mismo.
Dos. La lucha de las mujeres no era solo por el voto, era también por la igualdad. Igualdad de oportunidades, igualdad de responsabilidades, igualdad de salarios. En este terreno queda mucho aun por conseguir. Pero de lo que estoy segura es que con la idea de los cupos y las paridades no se contribuye a esa igualdad. Las mujeres y los hombres tienen que acceder a los  puestos de responsabilidad por lo que valen, no por su sexo. Hace unos días Pilar Rahola, persona con la que no suelo estar de acuerdo en casi nada, dijo una cosa que aplaudo: “quiero que me valoren por mis neuronas, no por mis hormonas”. La paridad es una condescendencia. ¿Por qué paridad, por qué no una consejo de administración o un gobierno con mayoría de mujeres? La paridad sigue siendo un reconocimiento del tutelaje masculino.
Sufragistas, la película, evoca esta lucha y lo hace sin victimismo, pero tampoco con un afán de venganza. Lo hace con inteligencia, con humor incluso. Y sobre todo con respeto. El respeto que se merece todo aquel que lucha porque la sociedad sea más justa. Toda la sociedad, no solo una parte.

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De Stars Wars 7 hablaré la semana que viene si he conseguido una entrada para verla¡¡¡


sábado, 12 de diciembre de 2015

PASEAR



(un paseo por Santa Coloma)
1.
Andar por placer o para hacer ejercicio por un lugar, generalmente al aire libre, despacio y sin un destino determinado.
Esta es la definición de la palabra Pasear que se encuentra en cualquier diccionario. Pasear es caminar por gusto, no por obligación. Pasear es ir despacio, mirando a tu alrededor. Es mirar el cielo y el suelo; es detenerte a ver una flor o una ventana; es sentir el viento en la cara o el ruido de la ciudad. Pasear es una de las mejores cosas que se pueden hacer en la vida. No cuesta nada. Solo tener ganas y un poco de tiempo. Es algo que se puede hacer en compañía o solo. Son paseos diferentes. En compañía el ritmo se tiene que acoplar, las respiraciones se tienen que conjugar. Hay que compartir lo que se ve, lo que se descubre. Cuando paseas solo, todo fluye de una forma mas sencilla. Yo he paseado mucho en compañía de Ramon. Somos asiduos paseantes de la ciudad, desde lo más cercano que es nuestro barrio, hasta lo más alejado. Hace poco, hicimos un larguísimo paseo por Bellvitge y Hospitalet. Fue un descubrimiento: desde el contraste entre el futuro y el pasado que representa el Hotel  Hesperia al lado de la ermita románica, hasta el viaje en el espacio a una especie de Texas de bolsillo con sus almacenes y edificios bajos, pasando por un resto de gótico enclavado en una ciudad que crece con alegría. También fue muy bonito un paseo por Santaco, Santa Coloma, ese barrio de colores que trepa por la montaña al norte de la ciudad, sobre el rio Besos, subiendo y subiendo. Pasear por Barcelona es muy interesante y, aunque no lo parezca, es muy relajante.
Pasear por el campo o por la montaña o por el bosque, produce otras sensaciones. Desde la paz al miedo, el desconcierto de no saber dónde estás, la sorpresa de descubrirlo. Ir de un sitio a otro, a veces sin objetivo, por casualidad. Recorres caminos que rodean pueblos o te pierdes en senderos que suben por la montaña y apareces en una cumbre desde la que ves el horizonte. Pasear es algo que recomiendo a todo el mundo.
Todo esto viene a cuento de la película Un paseo por el bosque. No es un gran film, no es uno de esos títulos que se quedan en la memoria. Pero tiene la virtud de despertar el deseo de salir a andar, de buscar los caminos que crucen tus propios Apalaches, a veces tan cercanos como Collserola. Redford está acartonado, Nolte esta gordísimo, no son tan adorables como Lemmon y Matthau; no son tan guapos como Newman y el propio Redford. Pero son humanos y vulnerables. Y pasean juntos por los bosques y las montañas.

si quieren saber mas de paseos les recomiendo entrar en el post del blog de Ramon Herreros que habla precisamente de esto: http://ramonherreros.blogspot.com.es/search?q=pasear



(el dibujo que hizo Ramon del paseo por Santa Coloma)

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Otro tipo de paseo es el que invita a hacer La novia, libre adaptación de Bodas de sangre de Federico García Lorca. Un paseo de dos tipos. Literario, al provocar el deseo de volver a leer a Lorca desde una perspectiva nueva: la de un poeta libre y con un lenguaje muy rico. Paisajístico, al utilizar como escenario de esa apasionada y trágica historia no la Capadocia, (sería demasiado simple y eso implica viajar antes que pasear) sino los Monegros, mucho más  cercanos y asequibles, mucho más secos y misteriosos, mucho más extraños y lunares, como la propia Novia que se mira en la luna.
La novia de Paula Ortiz y de Inma Cuesta es una novia hermosa, mejor dicho bella. De una belleza extrema que a veces molesta. En esta sociedad nuestra  vende más la fealdad y el supuesto realismo sucio que la belleza y el supuesto realismo mágico. No es un film fácil. Exige del espectador el deseo de establecer estos dos paseos mientras se deja arrullar por los versos y las estrellas.






sábado, 5 de diciembre de 2015

ESPIAS


(esto es lo que queda del Muro de Berlín, de la guerra fría quedan aún muchas otras cosas)

El 9 de noviembre del año 1989 caía el muro de Berlín, erigido de forma clandestina el 13 de agosto de 1961. Durante estos casi treinta años, los espías de uno y otro lado, protagonizaron la vida real, pero sobre todo la vida literaria y cinematográfica creando un género específico: el cine de espionaje de la guerra fría.
No es que antes de 1961 no hubiera espías en el cine y en la vida. Claro que los había, pero casi todos eran espías nazis. Desde Encadenados, de Hitchcock, a Operación Cicerón, de Mankiewicz, los malos eran los nazis y los buenos el conjunto de los aliados. También ha habido espías después de la caída del muro, aunque son de otro tipo: Jason Bourne, o la Carrie de Homeland, son buenos ejemplos. La edad de oro del cine de espionaje, como de la literatura del género, comienza a finales de los cincuenta coincidiendo con el auge de la guerra fría y la construcción del muro de Berlín. La ciudad de Berlín se convierte en esos años en el escenario ideal para contar historias donde la CIA, el M16 y el KGB, dirimen sus enfrentamientos. Historias que la mayor parte de las veces son sórdidas, poco glamurosas, con personajes más bien rutinarios.
Es en este contexto donde sitúa Spielberg el argumento de El puente de los espías, protagonizado por un personaje gris y sin brillo, como lo era el Smiley de John Le Carré. Un hombre normal que se ve obligado a defender un concepto del mundo que pone por encima de todo el respeto a la libertad. El puente de los espías sucede en el momento en que los soviéticos están levantando el muro de Berlín y con el puente de Glienike como escenario de los intercambios de espías de uno y otro bando. ¿Por qué Spielberg decide hacer ahora, en pleno siglo XXI, una película sobre la guerra fría con un guión excelente de los hermanos Coen como base? Hay muchas respuestas, pero a mí me sirve una: estamos en el umbral de una nueva guerra. No sé si será fría o caliente, pero será una guerra entre dos maneras de entender el mundo, dos conceptos de la libertad, la dignidad y el uso del poder. Como lo era en los años cincuenta y sesenta. Es esto lo que hace de este magnífico film histórico un excelente retrato de nuestra contemporaneidad: Spielberg habla de 1960, pero en realidad, habla de ahora mismo. Esta es una película que mira el siglo XX para entender el siglo XXI.
Pero esto no sería suficiente para hacer de El puente de los espías uno de los mejores films de año y probablemente uno de los mejores de Spielberg. Lo que hace que la aventura de James Donovan/Tom Hanks nos conmueva y nos arrastre con él durante mas de dos horas, es la forma como está contada. Como resuelve la primera secuencia del seguimiento en el metro y la detención del espía ruso; como nos presenta a Donovan con una conversación donde deja clara su inteligencia. Como narra los encuentros entre el espía y el abogado; como  avanza casi sin darte cuenta hasta encontrarte al lado de ese hombre común que sabe que debe hacer lo que se tiene que hacer. Spielberg es un Clásico con mayúsculas. Esta película huele y sabe a años cincuenta. Uno siente el miedo y la tensión al pasar los controles de Friedrichstrasse, vive la miseria de una ciudad dividida y atemorizada, comparte con Tom Hanks (cada vez más parecido a James Stewart) el desprecio por esos espías sin alma que son los agentes profesionales de la CIA y de la KGB. Donovan es débil y tiene miedo. Pero es un Hombre Digno. Y eso es suficiente.
Una acotación, durante toda la proyección me preguntaba qué era lo que notaba diferente en esta película. Pensaba que debía ser el guión de los Coen que hace que no haya ni una gota de sentimentalismo en la historia. Pero no era eso. Me di cuenta al final, cuando vi en los créditos, que la música no era de John Williams, creo que por primera vez en toda su filmografía, sino de Thomas Newman. Esa era la diferencia. La música es tan importante en una película, si está bien utilizada, que marca el tono de todo el film.