sábado, 10 de octubre de 2015

TAXI


¡Taxi¡ Gracias. Lléveme a… ¡dónde usted quiera! Eso le diría al conductor de un taxi si me encontrara cara a cara con un director de cine conduciendo. Y ¿dónde nos llevaría, por ejemplo Marc Recha? Seguramente a dar una vuelta por Hospitalet, esa ciudad que tan bien conoce, o por Vallbona, junto al río Besos a buscar conejos. Si en lugar de Recha fuera Cesc Gay, creo que escogería enseñarnos los pequeños teatros independientes de la ciudad y ofrecernos un café en cualquier restaurante acogedor donde se pudiera charlar. En cambio, Villaronga nos arrastraría hacia esos barrios que no se suelen visitar y sabría enseñarnos la belleza de la sordidez de sus calles y sus gentes. 

Podíamos seguir así con tantos otros directores de cine. Pero el taxi que hemos cogido lo conduce Jafar Panahi y las calles que recorre son las de Teherán. Desde que la intransigencia y la intolerancia de su país le han negado la posibilidad de hacer cine convencional, Panahi se ha inventado una vía de escape que le permite seguir rodando sin tener que dar cuentas a nadie. Si en Esto no es una película no se movía de su apartamento donde llegábamos a ver toda una película que no existía; ahora se ha subido a un taxi y, con la ayuda de dos cámaras, ha conseguido trasladar a un microcosmos humano la complejidad de la sociedad iraní con la indispensable colaboración de un conjunto de amigos que se prestan a jugar con él en este retrato colectivo. Especialmente su sobrina, con la que mantiene un diálogo sobre el realismo o el no realismo que merece estudiarse en las escuelas de cine. A diferencia de Kiarostami y su experimento en Ten, también encerrado en un coche, Panahi le concede al fuera de coche, no fuera de campo, una importancia muy grande. Es importante lo que se dice en ese taxi; pero también es importante lo que sucede fuera de él. Hay un momento estupendo en el que la cámara de Panahi, colocada en el salpicadero del taxi, filma a su sobrina que a su vez está filmando con su teléfono unos novios que salen del restaurante que son filmados por un fotógrafo que está haciendo un reportaje de la boda. ¿Dónde está la realidad, dónde está la ficción? Ese plano de múltiples cámaras es, con las inteligentes y divertidas conversaciones con la pequeña, lo mejor que ha hecho Panahi. Y lo ha hecho sin pedir permiso a nadie.

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