sábado, 31 de octubre de 2015


Una película y un libro. Los dos hablan de amigos. Los dos hablan de pérdidas. Los dos se te quedan en el alma enganchados durante mucho tiempo. Curiosas coincidencias. Vi Truman de Cesc Gay en el Festival de San Sebastián al mismo tiempo que empezaba a leer un libro que me había prestado una amiga. El libro, Mientras cenan con nosotros los amigos, es de Avelino Hernández. Yo, mientras veía cenar a los amigos, Julián y Tomás, leía como cenaban los amigos del autor y hacía todo lo posible por cenar con amigos en el festival.
Me gusta mucho Truman, me gusta por qué hace eso que Manni Farber llaman el GYM, es decir hacer extraordinario lo ordinario. Cuatro días, dos amigos que hace tiempo no se ven, la separación definitiva, un perro que se queda solo. Madrid como fondo, como decorado. El tiempo que pasa, el que ha pasado, el que no pasará. Truman, el perro, Julián, el actor, Tomás, el amigo.
Me gusta mucho Mientras cenan con nosotros los amigos. Teresa la mujer presente, Marta, la mujer ausente. Poetas y médicos. Gente que te acompaña. El libro no es una novela, pero tampoco un ensayo y mucho menos unas memorias ¿qué es entonces? Un GYM literario que hace extraordinario lo ordinario de la vida y su discurrir. Aquí pasa un año entre la primera “carta” y la última. Un año a través del cual se intuye toda una vida.
Como en Truman, que sin necesidad de contar nada de lo que pasó antes de esos cuatro días, vivimos con ellos un pasado de recuerdos comunes, de historias compartidas.
Cine y literatura, dos buenos amigos. Al menos para mí que nos los considero un trabajo, sino un descubrimiento constante de cosas que me llenan. 
Y después de ver Truman y de leer a Avelino, me hago la reflexión de que hace mucha falta cenar con los amigos: al lado de un río, en un restaurante, en el jardín de una casa. Donde sea, pero tenerlos cerca. A ellos y a una Teresa como la del libro y a un Truman como el de la película que puede ser un perro, un gato, una tortuga, un pájaro. Es igual, alguien, no humano, con quién sabes puedes contar.



Nota. Avelino Hernández murió pocos meses después de acabar este libro. Troilo, el perro Truman, murió pocos meses después del rodaje. La realidad, como siempre, acaba imponiendo sus tiempos.

2
De la avalancha de estrenos de esta semana, nada menos que 16¡¡¡¡ solo voy a destacar dos. No porque los demás no me gusten, sencillamente porque entre esos 16 hay muchas que no he visto ni sé cuando veré. Las dos que me gustaría que no pasaran desapercibidas son documentales: The Propaganda Game, de Álvaro Longoria, sobre la que he escrito en la web de Fotogramas y en Time Out Barcelona y El gran vuelo, de Carolina Astudillo que se estrena en muy pocos sitios.
Cuando vi El gran vuelo  le escribí a Carolina un e-mail: “Ayer vi la película El gran vuelo. Me ha encantado. Por varias razones. Formalmente me gusta mucho como utilizas las imágenes de archivos diversos para contar una historia concreta. Están muy bien buscadas y son muy ilustrativas de toda una época. También me ha gustado mucho descubrir un personaje que me resulta muy cercano. Yo no sabía nada de esta mujer, pero es como si la conociera.”
Siempre he pensado que hay todavía muchas historias de la guerra y la posguerra por contar. Y esta es una de las más desconocidas. La historia de una mujer, Clara Pueyo, que luchó por unas ideas y que fue doblemente encarcelada por ellas: físicamente por el franquismo que la recluyó en la Cárcel de Les Corts de Barcelona; psicológicamente por su propio partido, el Partido Comunista, que la obligó a un exilio interior por no aceptar las consignas ciegamente, como si fuera coreana.
Y con esto enlazo los dos documentales.
El resto de estrenos, arriésguense ustedes mismos aprovechando La Fiesta del Cine que se celebra los días 3, 4 y 5 de noviembre con entradas a  2,90 euros.


sábado, 24 de octubre de 2015

CONTRASTES

Un día perfecto para volar; una noche perfecta para correr. Pocas veces coinciden en la cartelera  dos estrenos tan antagónicos como el de la última película de Marc Recha y el film/secuencia del alemán Schipper. Y sin embargo, no puedo resistir la idea de compararlos, de enfrentarlos y sobre todo de imaginar lo que podría ser descubrirlos uno detrás de otro. ¿Cuál debería ir primero? No tengo dudas, primero hay que ver el adrenalínico experimento alemán, con ese plano secuencia de 140 minutos nocturnos, urbanos, violentos; luego, para calmar la tensión y tras un pequeño paseo por las calles cercanas al cine y a lo mejor un café, entraría a ver el precioso cuento lleno de aire que es el film de Recha para poder irme a casa con una sensación de serenidad. Las dos películas son como dos caras de la vida, la luminosa e inocente de la mirada del niño Roc; la oscura e inocente de la niña Victoria. Ni uno, Roc, ni otra, Victoria, serán iguales después de sus respectivas aventuras. Los dos crecerán, aunque de forma muy distinta.


(un cuadro perfecto para soñar)
Un dia perfecto para volar es un cuento mágico, con  un gigante vestido de rojo y una cometa amarilla. Roc quiere hacer volar su cometa en medio de un paisaje de verano lleno de aromas de romero y de algarrobo. El gigante le ayuda a desenredarla y le cuenta historias: historias de ausencia, de crecimiento, de pérdida, de encantamientos.  Roc pasa el día con él y cuando aparece su padre, el verdadero, se da cuenta que el gigante de rojo ya no está. Recha rodó esta película con su hijo Roc en cinco días del verano del 2014 en los paisajes cercanos a su casa. El resultado es una sensación física de bienestar, con una fotografía tangible y una música feliz, en la que se huele la naturaleza y se oye el viento a lo largo de los poco mas de 70 minutos que dura.


(dibujo en una pared del barrio de Kreuzberg en Berlín)
Victoria es otra cosa, Victoria sucede en un Berlín nocturno donde la joven Victoria, excelente Laia Costa, se pierde en una espiral incansable durante 140 minutos en los que pasa de ser una joven sin futuro a ser una mujer con un pasado. Por su historia, realmente sencilla y con un guión mas esbozado que escrito, Victoria es un thriller que recuerda algunos de los films que se rodaban en Barcelona en  los años sesenta. Tiene algo de A tiro limpio, algo de un cine negro que ya no se hace. Lo que lo distingue es ese plano secuencia que construye la película sobre un esquema establecido, dejando a los actores improvisar en función de los imprevistos que aparecen en su ruta hacia la destrucción, encajando a veces forzadamente los incidentes que deben conducirlos hacia el final. Porque hay un A y un B, lo incierto en la película es el camino entre esos dos puntos. En una apuesta como esta, no hay posibilidad de cortar lo que sale mal, de eliminar esa secuencia que pesa a la contra, buscar la mejor toma del actor. No hay tiempo de peinar a la actriz que poco a poco se va ensuciando, sudando, perdiendo brillo a medida que la noche pasa de lo divertido a lo tedioso y finalmente a lo violento.
Dos películas insólitas, una mas redonda que otra, la de Marc, pero las dos estimulantes, y atractivas por lo que tienen de riesgo y de apuesta para ir un poco mas allá. Si pueden, véanlas juntas, pero no me hagan responsable si el experimento no les gusta.

sábado, 17 de octubre de 2015

PAISAJES



Paisaje verde
Amama de Asier Altuna se puede definir como un film antropológico. He escrito antropológico y creo que tengo que aclarar porque lo digo. Se puede pensar que es por el canto a la tradición, la presencia de lo mágico, el mundo cerrado de los bosques  y el caserío. Un mundo condenado a desaparecer, a transformarse en aras de la modernidad que representa la joven frente al padre y la amama, la abuela. Pero creo que la tradición y la fuerza de la naturaleza no es lo más antropológico porque es algo que perdurará y que además es universal, no es patrimonio de un pueblo o un lugar: está en todas las culturas. Lo auténticamente antropológico es la forma de arte que utiliza la joven Amaia, el videoarte, las instalaciones, actuaciones con fecha de caducidad, condenadas a desaparecer en el olvido de su superficialidad. Lo antropológico aquí es lo moderno, mientras que lo viejo, lo de siempre, permanecerá vivo aunque cambien las personas. Los árboles, como sabe la amama, son para siempre.

Y hablando de árboles, quiero mostrar en este blog mi tristeza por los árboles de Barcelona. Primero fueron las palmeras, luego los cipreses. Los plátanos, hace años. Todos están enfermos, muriendo por plagas que suben por sus raíces y los destrozan. Es una pena verlos, es una pena darse cuenta de que se está dejando morir una parte imprescindible de nuestra vida. No quiero hacer metáforas de ningún tipo, pero me duele ver que quienes se preocupan de salvar las patrias, dejan que los árboles se mueran.

Paisaje azul
Un paisaje idílico no siempre es un espacio de paz y felicidad. Un pueblo de la costa  tranquilo y silencioso; unas playas limpias; una casa estupenda. Sí, pero no. Porque los que viven en esa casa no son precisamente personajes que transmitan serenidad y despierten simpatías. Eso es lo que nos cuenta la última película del chileno Pablo Larraín, El club. Un club muy especial; el club de los curas exilados. Cuatro sacerdotes católicos  cuidados por una monja entregada, están recluidos en esa casa, en ese pueblo, como castigo a sus pecados. Pecados de todo tipo, no solo pederastia, hay muchos más igual de terribles. Entre todos han conseguido un cierto equilibrio que se verá alterado, roto y recuperado a base de maldad. Lo más interesante de este film neblinoso (por el paisaje físico y por el paisaje del alma) es que el personaje más detestable de todos sea la monja amorosa que cuida a sus niños con todo el control del mundo. Curioso film que no debería pasar desapercibido.

Paisaje rojo
El que seguro no pasa desapercibido es Marte de Ridley Scott. Tengo con este film varios sentimientos encontrados que me llevan a no compartir ciegamente el entusiasmo que ha despertado entre la crítica. Para ser una película de ciencia ficción, le falta misterio, eso desconocido que hay en el universo; para ser un film de aventuras, le falta un antagonista, un peligro real, sentir auténtico temor de que el protagonista vaya a morir. Para ser una comedia, le falta ritmo. Todo es demasiado cotidiano, demasiado fácil, demasiado terrenal, marcianal, deberíamos decir. Este Robinson marciano parece que esté de vacaciones en Marte jugando a ser un naufrago, como si se tratara de un Gran Hermano con un único personaje que sabe que cuando las cosas se pongan realmente feas, seguro que el realizador dirá corten y todos a casa. 

sábado, 10 de octubre de 2015

TAXI


¡Taxi¡ Gracias. Lléveme a… ¡dónde usted quiera! Eso le diría al conductor de un taxi si me encontrara cara a cara con un director de cine conduciendo. Y ¿dónde nos llevaría, por ejemplo Marc Recha? Seguramente a dar una vuelta por Hospitalet, esa ciudad que tan bien conoce, o por Vallbona, junto al río Besos a buscar conejos. Si en lugar de Recha fuera Cesc Gay, creo que escogería enseñarnos los pequeños teatros independientes de la ciudad y ofrecernos un café en cualquier restaurante acogedor donde se pudiera charlar. En cambio, Villaronga nos arrastraría hacia esos barrios que no se suelen visitar y sabría enseñarnos la belleza de la sordidez de sus calles y sus gentes. 

Podíamos seguir así con tantos otros directores de cine. Pero el taxi que hemos cogido lo conduce Jafar Panahi y las calles que recorre son las de Teherán. Desde que la intransigencia y la intolerancia de su país le han negado la posibilidad de hacer cine convencional, Panahi se ha inventado una vía de escape que le permite seguir rodando sin tener que dar cuentas a nadie. Si en Esto no es una película no se movía de su apartamento donde llegábamos a ver toda una película que no existía; ahora se ha subido a un taxi y, con la ayuda de dos cámaras, ha conseguido trasladar a un microcosmos humano la complejidad de la sociedad iraní con la indispensable colaboración de un conjunto de amigos que se prestan a jugar con él en este retrato colectivo. Especialmente su sobrina, con la que mantiene un diálogo sobre el realismo o el no realismo que merece estudiarse en las escuelas de cine. A diferencia de Kiarostami y su experimento en Ten, también encerrado en un coche, Panahi le concede al fuera de coche, no fuera de campo, una importancia muy grande. Es importante lo que se dice en ese taxi; pero también es importante lo que sucede fuera de él. Hay un momento estupendo en el que la cámara de Panahi, colocada en el salpicadero del taxi, filma a su sobrina que a su vez está filmando con su teléfono unos novios que salen del restaurante que son filmados por un fotógrafo que está haciendo un reportaje de la boda. ¿Dónde está la realidad, dónde está la ficción? Ese plano de múltiples cámaras es, con las inteligentes y divertidas conversaciones con la pequeña, lo mejor que ha hecho Panahi. Y lo ha hecho sin pedir permiso a nadie.

sábado, 3 de octubre de 2015

APOSTATAR


(se puede apostatar de la iglesia, pero no de la belleza de sus ruinas románticas)
“Veiroj es un apóstata del lenguaje cinematográfico de la mayoría, un rebelde contra los modos de narración y puesta en escena habituales. Algo que, por principio, es magnífico. Otra cosa son los resultados” No puedo estar más de acuerdo con estas palabras de Javier Ocaña en su crítica de El  apóstata en El País.
El apóstata se estrenó en el festival de San Sebastian donde generó una división de opiniones entre la crítica y el público. No hay término medio con este film inclasificable. O te gusta o lo odias. Se le acusaba de poco verosímil en el proceso de apostatar; se le comparaba con la comedia madrileña de los años 80. Y sin embargo, consiguió una mención del jurado y el Premio Fipresci. ¿Qué tiene la tercera película de Veiroj para provocar tanto radicalismo? Creo que la respuesta está en la frase de Ocaña. Esta película es toda ella una apostasía, un abandono de cualquier regla que se pueda invocar. La anécdota, el macguffin si quieren, se centra en un eterno adolescente que pretende abandonar la Iglesia Católica en la que ha sido bautizado porque quiere dejar de pertenecer a esa religión. Pero en ningún momento el film se plantea como un relato naturalista del simple y sencillo acto de apostatar. Al contrario, se sumerge en un proceso kafkiano y sin angustia que no esconde la doble verdadera apostasía del film: la del personaje que en realidad quiere abandonar esta sociedad burocrática, estratificada, regulada, donde todos tenemos asignado un sitio, un número y un cartel para ponernos en la cabeza o colgarnos del cuello; y la del director que lanza un alegato contra el naturalismo costumbrista y el realismo que lo alejan de la comedia madrileña de Colomo o Trueba, no datando voluntariamente la historia, pasa ahora mismo pero no hay ni móviles ni ordenadores, ni  cediendo a las reglas del raccord, la iglesia del principio y la del final son distintas, ni preocupándose demasiado por si su actor es bueno o malo. Veiroj no retrata la sociedad que le rodea en ningún momento, mas bien se inventa un contexto acontextualizado. El apóstata es una película que le habría gustado mucho a Buñuel, al Buñuel mexicano que trabajaba con actores tan malos como Jorge Negrete o que se inventaba un obseso sexual como el Arturo de Córdoba de Él. No quiero comparar con esto a Veiroj con Buñuel, aunque me gustaría mucho ver que decían algunas de nuestras plumas críticas y desde luego el público, si El ángel exterminador fuera la tercera película de un director joven y poco conocido.



Partout ailleurs, il se sentait exiléEn todas partes se sentía exilado.
Dans ce vaste pays qu'il avait tant aimé, il était seul. En este gran país, que había amado tanto, estaba solo.
Estas dos frases son del cuento L’Hôte/El huésped de Albert Camus en el que se basa la película Lejos de los hombres. Digo se basa porque el film de David Oelhoffen va un poco más allá del relato de Camus. Manteniendo su esencia y prácticamente su historia, entre la primera frase del principio del cuento y la última que lo cierra, ambas presentes y mucho en la película, el guionista y director construye un western sin caballos, una Jauja sin estrellas, un viaje de dos hombres diferentes que aprenden a entenderse mientras cruzan las montañas rocosas y el duro desierto y se encuentran con la crueldad del ser humano, ya sea la de los rebeldes, ya sea la del ejército francés. Daru, el maestro que interpreta Viggo Mortensen casi como una prolongación de su capitán danés en Jauja, es un personaje exilado: nació ahí mismo, en pleno Atlas argelino, de padres andaluces a los que llamaban Los caracoles. Pero Daru es un francés para los árabes y un árabe para los franceses. No se siente de nadie más que de ese país que tanto ama y del que finalmente se verá expulsado. Como Camus, que escribió este cuento ambientado en 1954, publicado tres años después en el libro El exilio y el reino, el mismo año que le fue concedido el premio Nobel. Solo quiero añadir una cosa. Si este film existencial  funciona y engancha es gracias a la química entre Viggo Mortensen y Reda Kateb. Tanto por físico, como por edad y maneras de actuar, el duelo entre los dos actores es una de sus grandes bazas.



 Y ya que hablo de actores quiero dedicar unas líneas para el libro A los actores de Manuel Gutiérrez Aragón. Un libro de ensayo cinematográfico mas que de anécdotas, un texto autobiográfico al mismo tiempo que un canto de amor a los actores sin los cuales, el cine no sería cine. Una lección que todos los que quieren dirigir deberían leer con mucha atención. Y que todos los que disfrutan con el cine y los actores, estaría bien que conocieran para apreciar mejor lo que significa trabajar con personas  llenas de contradicciones.  Para acabar esta entrada sobre apostasías me quedo con una frase del libro:

¿A qué realidad nos referimos cuando decimos que la cámara la reproduce fielmente? Esa realidad es una realidad intervenida. El tanto de realidad que el cine reproduce tan fielmente  no es la realidad en la que nos movemos los ciudadanos, es la realidad en la que se mueven los actores para convertirse en personajes, que no es lo mismo.