sábado, 22 de agosto de 2015

ALAIN RESNAIS


Estoy leyendo un libro que me gusta mucho. Se llama Pequeño Grande y es de John Crowley. Es un libro que tenía en casa desde hace años. Creo que lo compramos a principios de los años noventa. Pero no lo había leído, hasta que, hace unos días, de repente “me llamó”. Y respondí a la llamada. Cuando  me disponía a escribir esta entrada del blog dedicada a Alain Resnais, me saltó de sus páginas una frase: “Lo que quizás aprendes al envejecer es que el mundo es viejo, muy viejo. Cuando uno es joven, el mundo le parece joven. Es eso, nada más”.
No sé porqué Resnais me hizo recordar esta frase. Quizás porque era viejo muy viejo, como su mundo, pero no como su cine. Me di cuenta de que en realidad, cuanto más viejo se hacía Resnais, más joven se hacía su cine. Como en el caso de Rohmer, Resnais, que tenía 92 años cuando murió y 91 cuando rodó su última película, este Amar, beber, cantar que se estrena esta semana, era cada vez más joven en su manera de enfrentarse al trabajo.
Creo que si miramos su filmografía, sus primeras películas, aquellas que causaron estragos entre la progresía del momento, como El año pasado en Marienbad, o Muriel (Hiroshima mon amour es otra cosa, es más una película de Marguerite  Duras que suya) se han quedado viejas, muy viejas. Y las que hizo en los años sesenta, La guerra ha terminado, Te amo, te amo, ya eran viejas cuando se filmaron. En cambio, a partir de Smoking/Non Smoking, Resnais empezó a rejuvenecer su cine a medida que su cabeza se llenaba de cabellos blancos. La intensa relación con el teatro entendido no como un escenario quieto, sino en movimiento, el uso de los decorados, de la música como instrumento narrativo, trabajar con un grupo estable de actores que iban creciendo a su lado, haciéndose mayores, todo contribuía a que las películas de Alain Resnais fueran cada vez más personales, únicas, diferentes. Inclasificables y no siempre del gusto de todo el mundo.
Amar, beber, cantar es su última película, pero no es un testamento. Resnais había renunciado hace mucho a hacer testamentos. Vivía y disfrutaba con la urgencia de quién sabe que cada día es un regalo mas que hay que aprovechar al máximo. Y su manera de aprovecharlo era haciendo cine desenfadado y sencillo como este. Pero lleno de sutilezas en los pliegues que no se ven a primera vista pero hacen que la tela, el film, sea lo que es. Tres parejas mayores, un amigo ausente al que todos evocan, un jardín, cuatro estaciones, cambios de luz, decorados de árboles de papel, conversaciones. Y unos enlaces casi documentales de un paseo en coche por caminos rurales que sirven para ligarlo todo junto con los preciosos dibujos de las casas que no existen más que en el deseo de Resnais de representar el mundo –viejo o nuevo– desde su particular punto de vista.  No hace falta más, ni menos.
Otra frase de Crowley me sirve para cerrar este texto de Resnais: “¿Cuál es la única cosa buena del Invierno? … Si viene el Invierno, no muy lejos, tras él, vendrá la Primavera”.

Resnais vivía desde hace años en una eterna primavera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario