viernes, 15 de mayo de 2015

ABUELOS




(yo también tuve abuelos guapos, pero no tenía edad para filmarlos)
La imagen más divulgada de la película de Hermes Paralluelo No todo es vigilia, es la de unos ancianos en la cama uno al lado del otro mirando hacía un lugar fuera de cuadro. No podía ser más explícita de lo que esta película cuenta. “Hace sesenta años nos casamos para dormir juntos. Nadie nos va a separar ahora”. Le dice Felisa a Antonio dejando clara cuál es su postura ante la posibilidad de que tengan que ir a vivir a una residencia. No es la única idea clara de este documental que se suma a la larga lista de retratos de abuelos que los cineastas más jóvenes están haciendo en un doble ejercicio: el de la memoria propia y cercana;  y el de dejar constancia de vidas comunes, de gente normal, esa que nunca protagonizaría una película convencional. Aunque creo que Felisa y Antonio darían para un film de amor de verdad. Ese amor que se demuestra en las pequeñas cosas, en un vaso de leche, mirar el termómetro, recordar el pasado viendo un retrato donde los dos están en plena juventud.
Pero si esta película es especial, no es solo por sus protagonistas. También lo es por los espacios donde los encierra. La primera mitad del film transcurre en un hospital donde Antonio se somete a una serie de pruebas mientras Felisa deambula por los pasillos. Este fragmento es casi un film de ciencia ficción. El personal del centro, médicos, enfermeras, no existe. Es como si Felisa caminara por una nave espacial vacía buscando a Antonio, el único ser vivo en la tierra. La segunda parte de la película pasa en el pueblo, en Muniesa. Tampoco en este fragmento el director les deja salir. Una especie de ángel exterminador los retiene entre esas cuatro paredes heladas, donde los dos ancianos se mueven entre la cocina y el dormitorio. Pero aquí no estamos en una nave espacial. Aquí estamos en ese terreno único y privado de cada pareja que es el que se construye con la convivencia continuada durante años y años: la vida en definitiva. Hermes, el nieto, se coloca en una posición de observador. No interviene, solo mira y deja que los abuelos hagan y digan. Planos largos, silencios rotos por los sonidos cotidianos: el reloj, los timbres, la puerta… encuadres que los colocan siempre en el centro de la imagen, juego de espejos.
Solo al final hay un giro. Un giro inesperado y feliz. Porque esta es una película feliz aunque no lo parezca.


2
No sé si es una coincidencia  o no. En todo caso, cuando apenas hace doce días de la muerte de Ruth Rendell se estrena una película que adapta una de sus novelas cortas The New Girlfriend, publicada en 1985. La dirige François Ozon y no es de sus mejores trabajos. Pero a pesar de eso, hay que reconocer que hay algo turbador y malsano en esta mirada sobre los cambios de roles y las ambigüedades de la amistad entre mujeres que tanto le gustaban a la escritora británica.
Es curioso que hayan sido los franceses los que más se han acercado a su literatura. Los ingleses adaptaron las novelas del inspector Wexford, pero han sido Chabrol, Ozon, Miller, Thomas con el añadido de Almodóvar y su Carne trémula, los que ha  buceado en sus oscuras historias para hacer  un cine negro que se mueve constantemente en el filo de la navaja de lo amoral y lo políticamente correcto.
De todos, sin duda fue Chabrol el que mejor entendió su universo provinciano, cerrado, claustrofóbico y tremendamente clasista. La ceremonia sigue siendo la mejor película de Ruth Rendell y una de las mejores de Chabrol. En la morbosa relación de Sophie y Jeanne se esconde el germen de la extraña relación de Claire y Virginie,  en Una nueva amiga, llevada hasta las últimas consecuencias en una delirante representación de la familia feliz. Ozon se erige con este film irregular pero atractivo, en el heredero natural del Chabrol más irónico y ambiguo. 
(Ahora que pienso, Carne trémula fue la primera película que Penélope Cruz hizo con Pedro Almodóvar. Era la madre parturienta de la primera secuencia).



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