sábado, 4 de abril de 2015

RECUERDOS



(un cuadro de Ramón para Margarita)

MARGARITA
La última vez que vi a Margarita Rivière fue en la presentación de su libro de entrevistas en el Colegio de Periodistas. Ya estaba mal, pero tuvo energía y ganas para estar ahí y dar pruebas de su brillante y ocurrente inteligencia. La última vez que hablé con ella fue a finales de año. Me llamó para comentarme una entrada en mi blog que le había gustado. Hablamos de política y de cine. Luego, todo lo que sabía de ella era a través de Jorge de Cominges, su marido, uno de mis más viejos y queridos amigos. Jorge me contaba que estaba peor, que ya no tenía ganas de salir de casa. Pero que seguía trabajando. De hecho, estuvo escribiendo hasta casi el último día. Margarita vivió para ver cumplida una de sus ilusiones: la publicación de la novela Clave K que llevaba quince años intentando salir a la luz. Tuvo que caer en desgracia el clan Pujol para que alguien se atreviera a publicarla. Antes, el miedo atenazaba a los editores. No estuvo en la presentación del libro, pero si concedió entrevistas en su casa  la mañana del miércoles 25 de marzo. Cuatro días después, el domingo 29, moría acompañada de Jorge y sus hijos. Murió en paz, serena, tranquila. Pidió que la ceremonia de adiós, a las que ella nunca iba, fuera sencilla, corta y con música de los Beatles. Así la despedimos. Al acabar el acto, comenté con algunos amigos comunes una sensación que tuve, iba a escribir agradable sensación, pero no sé si es correcto decirlo. Era la sensación de despedirme de alguien que había muerto bien (sí, lo afirmo, eso es posible, como es posible y casi siempre es el caso, que se muera mal). La serenidad de Margarita en ese momento, se sentía en el ambiente. A Margarita y a Jorge les gustaba mucho la obra de Ramón, de hecho tienen muchos cuadros suyos. Para ella son estas ramas tan delicadas. Seguro que le gustarían.




(Manoel de Oliveira era como este hermoso tronco de Ramón, aparentemente seco pero lleno de vida)

DON MANUEL
Esta si ha sido una muerte anunciada. Y sin embargo, nos ha cogido a todos por sorpresa porque casi habíamos llegado a creer que Don Manuel era inmortal. Don Manuel (de Oliveira) forma parte de mi paisaje cinematográfico desde los tiempos en que aun ni siquiera trabajaba en la Filmoteca y lo descubrí en la calla Mercaders  de Barcelona, con Ramón, el año 1973. Desde entonces, la mirada de este director que  entonces tenía 65 años y acababa de reemprender su carrera en el cine, me produjo una extraña fascinación. Digo extraña, porque Oliveira no era fácil, no te dejaba entrar en su cine como un amigo. Te exigía que participaras, que pusieras de tu parte mucho del disfrute de sus películas. Ya entonces cuando acababa de hacer O pasado e o presente, era un cineasta de la diferencia. Más tarde tuve la suerte de conocerle personalmente gracias a Gerardo Herrero que coprodujo con Paulo Branco la película, No, o la vanagloria del  poder. El film se presentó en Cannes en 1990 y allí le entrevisté para Cinema3 pero sobre todo, tuve ocasión de acompañarle en las conversaciones nocturnas en el Hotel Carlton donde, como escribí en el libro de los festivales, “el viejo león portugués nos tumbaba a todos con un aguante alcohólico digno del récord Guinness.”
La segunda vez que le vi fue en el Festival de San Sebastián. Creo que era el año 2001, Oliveira tenía 93 años y presentaba a competición la película Vuelvo a casa. Tras el último pase de la noche, Oliveira quiso dar un paseo antes de volver al hotel María Cristina. Chema Prado, que fue su amigo durante muchísimos años, decidió acompañarle y yo me sumé al paseo pensando que el viejo director querría ir a dar una pequeña vuelta. Pero no, en plena noche donostiarra, Oliveira nos llevó a recorrer todo el Paseo Nuevo, (quién conozca San Sebastián sabrá que no es un paseo corto) y llegó al hotel más fresco que cualquiera de nosotros.
Cuento estas dos anécdotas no solo para recordarlo, sino para que se entienda porque todos creíamos que era un ser inmortal. Y en realidad inmortal es porque su obra, enorme y prolífica, irregular y grandiosa, está ahí para recordarnos que fue un hombre extraordinario.
(en el Blog de Textos he puesto el artículo que escribí sobre El valle de Abraham en 1993 para Seven Chances. Es mi particular homenaje)



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