domingo, 28 de diciembre de 2014

FIN DE AÑO


(dos arbolitos de Ramon para celebrar la entrada de año)
Los estrenos de esta semana son tan penosos que no vale la pena hablar de ellos (aclaro una cosa: no he visto Musarañas, la única película que seguramente merecía ser reseñada).  Por eso esta última crónica del año 2014 va a ir de… películas de Navidad.
El día de Navidad por la tarde, decidimos hacer una sesión acorde con la celebración. Vimos primero ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra y luego, La historia interminable de Wolfgang Petersen sobre el libro de Michael Ende.
Fue una tarde muy reveladora. Toda la vida había pensado que el film de Capra era una película positiva que hablaba del valor de la solidaridad entre las gentes. Pero en esta última visión me di cuenta de que en realidad es una historia terrible. El personaje de James Stewart, George,  se pasa toda la película intentando irse de ese pueblo, hacer algo con su vida, estudiar arquitectura, crecer en algún sentido. Y nunca lo consigue. Cuando no es su padre, es su hermano, o su mujer y  esos cuatro hijos que sin darse cuenta tiene en su casa; cuando no es una cosa es otra. El caso es que Georges nunca consigue su sueño. Nunca sale del pueblo y se ve obligado a vivir en la frustración, haciendo un trabajo que no le gusta para unos vecinos que no se lo agradecen en ningún momento. Cuando Georges explota y decide matarse, no lo hace solo por el problema económico que le ha caído encima, lo hace mas que nada porque ya no puede mas de la falsa vida que le han obligado a vivir. Lo que el ángel sin alas Clarence le enseña al obligarle a dar un paseo por una ciudad donde él nunca existió, es una especie de infierno tenebroso. Pero no mas tenebroso que su propia vida antes de la crisis. Y al devolverle a la realidad, lo que Clarence está haciendo es consolidar para siempre este conformismo, este conservadurismo atroz de la vida de Georges que, de pronto, se alegra simplemente de vivir, aunque sea a costa de todo lo que habría querido hacer. Nunca me había dado cuenta de este lado tan reaccionario, tan castrador. Renuncia a tus sueños. Es lo mejor que puedes hacer. En fin. Creo que no volveré a pensar en ¡Qué bello es vivir! como una comedia feliz. Es una tragedia.
Con La historia interminable, me pasó todo lo contrario. Recordaba la adaptación de Petersen como un film mas bien aburrido. Y no lo es, para nada. Quizás sea porque el tiempo que ha pasado, exactamente treinta años, hace que los efectos especiales tan primitivos y ese dragón tan felpudo, que en su momento me parecieron bastante feos, hoy tengan el encanto de una película antigua. Pero creo que es sobre todo porque la historia interminable de Michael Ende cuenta y aboga justamente por todo lo contrario de ¡Qué bello es vivir! Nunca dejes de soñar, persigue tus sueños aunque sean inalcanzables; lucha contra la nada, contra el vacío que todo lo corrompe y lo destruye. No te dejes engullir por ella como hace el pobre Georges. La nada nos acecha por todas partes. Nuestro propio reino de Fantasía está amenazado por la mezquindad, la estupidez, la falta de emoción y de curiosidad. Como Atreyu, como Bastian, tenemos que salvar la emperatriz infantil que todos tenemos dentro para conseguir que la grisura de un entorno absolutamente mediocre no nos consuma y nos haga desaparecer.

Ver juntas las dos películas fue  una lección de vida. Navidad, a veces te da esos regalos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario